Compramos smartphones carísimos: el mejor procesador, la mayor RAM, la mejor cámara, la batería más duradera, la pantalla más grande…
Equipos que caducan en dos años, o con suerte tres, y que rara vez llegamos a mantener tanto tiempo. Nunca les sacamos todo el provecho, pero en cuanto sale el modelo más reciente, sentimos la necesidad de cambiarlo.
Por momentos, somos conscientes del tiempo que les dedicamos e instalamos aplicaciones para dejar de usarlos: bloqueadores de apps, contadores de tiempo de uso, aplicaciones de gestión de tiempo como el método Pomodoro o árboles virtuales que crecen si no los usamos…
En otras palabras, compramos dispositivos más potentes que algunos satélites que orbitan el planeta y les instalamos aplicaciones para no usarlos, dejando que se vuelvan obsoletos sin haber explotado mínimamente su potencial.
Me gustaría decir “teléfonos” y que quedara solo en los dispositivos, pero adquirir un nuevo teléfono implica más: el protector de pantalla de cristal templado, la funda de silicona o cualquier material que se vea bonito y se crea que puede proteger, el accesorio para meter los dedos y evitar que se caiga de la mano, el plan telefónico para tener datos, el power bank para tener más batería, los manos libres, cables, cargadores, y tanta basura adicional que se genera para ellos.
No digo que esté mal tener tantos accesorios, cada quien hace lo que quiere con su dinero. Sin embargo, resulta curioso comprar un cristal templado para proteger la pantalla de golpes cuando se supone que el equipo tiene una pantalla “Gorilla Glass” que resiste golpes y rayones. O la microSD para ampliar los 128 GB de memoria que tiene el dispositivo, pero que ni siquiera se activa como almacenamiento por defecto.
Sé que en algunos equipos estos accesorios son importantes, especialmente en marcas asiáticas que se caracterizan por su pésima calidad. Pero, además, todo se fabrica en esos países, ¿no? Claro, aunque hablar de los estándares de calidad, los famosos ISO 9000 y todo eso, es tema para otra publicación.
El punto es que se quiere ahorrar en el equipo y se termina gastando en los accesorios. Pero al menos eso se usa. Lo que realmente no se ocupa y solo se paga por gusto son los planes telefónicos. En un plan tienes llamadas y SMS ilimitados, X cantidad de GB para navegar, junto con acceso a algunas redes como WhatsApp o Facebook, entre otras cosas. Durante el mes, se textea como si fuera una penitencia; se hacen, con suerte, dos o tres llamadas, y ni un solo SMS. Los GB, en la mayoría de los casos, ni siquiera sabemos cómo se gastan o en qué. Pero ahí están. ¿Qué importa? Una renta más al mes, junto con el servicio de música, video, películas y series, comida a domicilio, transporte, y todo lo que se ofrezca.
Me encanta pedirles a las personas que están a favor de los objetos multiusos que fabriquen una silla, desde cortar la madera hasta poner el último tornillo, usando solo una “navaja suiza” o cualquier otra que tenga sierra, desarmador, pinzas, etc. Bueno, los teléfonos actuales pueden hacer cientos de cosas, ¿verdad? Pero, ¿qué tan eficientes y expeditos son en cada una de sus tareas? No me refiero a las cosas “lite”, pero en realidad prácticamente solo sirven para eso: hacer versiones básicas de todo, como cualquier otra herramienta multiusos.
Obviamente tengo que mencionar el atractivo principal para la mayoría de las personas: la cámara de ochorocientos mil megapíxeles, que supuestamente es la mejor de todas y justifica el precio tan elevado. Y cuando ves el dispositivo, son unos cuantos lentecitos del tamaño de la cabeza de un alfiler. Tomas una fotografía y una parte la captan los lentes; otra parte la inventa el software. Pero no rompamos la ilusión de tener una “cámara semiprofesional”. Se sacan las fotos con la mejor calidad para subirlas a Instagram, donde la plataforma comprime todo a 1080p. Si no se entiende qué es eso, sería como tener un Ferrari, ver el semáforo en verde, acelerar a todo lo que da y frenar en la esquina, a solo 50 metros del anterior semáforo.
Bueno, se pueden sacar las mejores fotos para nosotros mismos. Pero, con la facilidad de capturar tantas imágenes, ¿qué importa si el encuadre está bien? ¿Qué importa esperar el momento indicado? Mejor tomar 30 fotos seguidas y alguna saldrá bien. Al fin y al cabo, unos días después se quedarán en el olvido y tal vez jamás se vuelvan a ver. Solo se recordará que alguna vez se tomaron cuando se pierda el dispositivo o se dañe y ya no se puedan recuperar.
Al menos se puede leer en ellos y así instruirnos, ¿verdad? Seh… Desde que se compra uno, se pierde tanto tiempo en redes sociales que pocos libros se llegan a leer, sin contar que leer en los teléfonos es de lo más incómodo y menos recomendado. Tienes una lámpara a 15 cm de la cara. No sé por qué, al final del día, suelen preguntar: “¿Por qué me duele la cabeza? ¿Por qué me arden los ojos? ¿Por qué estoy cansado y no sé de qué?” Pero al menos que sea por haber leído. Entre los videos cortos, las fotos para chismear, el texting, y los videojuegos, se terminó el tiempo de lectura. “No mires al sol”, dicen. Pero dale el celular al nene de 6 meses para que se entretenga. (Sí, es sarcasmo; ambos hacen casi el mismo daño).
El teléfono, al igual que un martillo, es solo una herramienta que cada quien usa para lo que se le da su regalada gana. De la misma forma, cada quien gasta lo que quiere y puede. Si necesitas el último modelo con la cámara que saca fotos hasta las lunas de Júpiter y eso te hace feliz, ¿por qué no te lo vas a comprar? Si solo lo quieres para mandar fotos a Instagram, ¿por qué no te lo vas a comprar? Si estás llenando con eso un vacío emocional, ¿por qué no te lo vas a comprar? Al final de cuentas, la huella ecológica que deja la basura tecnológica no se compara con las bolsas de plástico en el supermercado, ¿o sí?
No olvides preguntarte, ¿Estás controlando al dispositivo o ellos te controlan a ti? 😘
Inicialmente, este iba a ser solo un pensamiento de los que suelo escribir. Pero terminó dando mucho más de qué hablar.
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Pórtate mal, cuídate bien, niégalo todo y finge demencia... Nos leemos hasta la próxima, chao.