Ojos que no ven, corazón que no siente

Foto de Arnold Dogelis en Unsplash

4 min read

Tags

  • bosque
  • crecimiento
  • decisiones
  • luna
  • realidad
  • reflexion

Si algo tiene de fascinante la luna llena en la noche es que te permite ver en la oscuridad. Sé que suena un poco absurdo, pero la luz que emana es tan tenue que no podemos decir que es completamente visible, pero es suficiente para apreciar muchas cosas. Solo imagina el siguiente caso:

Es de noche. Una gran nube tapa la luna y no puedes ver absolutamente nada. No tienes lámpara ni celular, y estás en medio de un bosque donde apenas puedes distinguir una senda. Obviamente, no se ve nada. No puedes quedarte inmóvil porque hace frío y quieres salir de allí. Así que empiezas a avanzar; en el camino te caes, te golpeas, te haces daño. No ves absolutamente nada. Sabes que fue una roca por lo frío y rígido al herirte. Sabes que era una araña por la telaraña que traes en la cara y en el cabello. Sientes miedo, pero no saber qué viene te hace esperar que llegarás a un lugar mejor.

De pronto, la nube se va y la luna llena ilumina tu camino. ¿Y qué te encuentras? Un sendero lleno de piedras, troncos caídos y nidos de arañas. Puedes apreciar cómo una serpiente se esconde no muy lejos de ti. Si antes sentías miedo, ahora el panorama no pinta nada bien, porque lo que ves te horroriza. No hay forma de salir de allí sin lastimarte. ¿O sí?

En la oscuridad tenías la ilusión de que tu destino sería un lugar mejor, pero ahora que el camino se ilumina, te das cuenta de que solo estabas adentrándote en un lugar aún peor…

Por desgracia, esta pequeña analogía suele suceder en la vida real con mucha más frecuencia de lo que puedes imaginar. Tal vez no estás en medio de un bosque, pero puede que estés en una relación en la que siempre piensas que tu pareja va a cambiar; en un trabajo donde crees que algún día valorarán lo que haces; con amistades, familia, o en tu propia vida. Solemos cerrar los ojos o nublar nuestra mente, nuestra razón y nuestra realidad, con la esperanza de que las cosas van a cambiar y de pronto serán como siempre lo hemos deseado. Pero cuando quitamos esa venda, cuando se disipa la nube que ocluye nuestro camino, nuestra vida, nos topamos con la realidad de que las cosas están peor de lo que creíamos, y que todo ese avance solo nos ha metido en una situación que nos hará mucho más daño.

Llega el momento en que deseamos mentirnos, deseamos cerrar los ojos y queremos imaginar, pensar, sentir… que todo lo que hicimos, lo que sacrificamos, lo que nos dañamos, no fue en vano. Que en realidad sí estábamos logrando algo. Pero volver a abrir los ojos nos da otra bofetada y regresamos a esa realidad de la que ya no podemos escapar. La oscuridad nos dejaba avanzar a un lugar que, aunque no era el mejor, nos mantenía con ilusión. Pero esa luz que tanto queríamos, esa que esperábamos para obtener la fuerza para lograr el objetivo, esa luz que nos motivaba a seguir dañándonos, cuando aparece, solo nos enseña un camino mucho más doloroso. Nos desmiente, nos muestra que todo era tan distinto que duele ver la realidad. Duele más que cualquier piedra, rama o mordida de araña de las que habíamos sufrido en el camino.

Ahora, por más que queramos engañarnos, ya no podemos, porque ya conocemos el camino a seguir. A menudo, es de sabios cambiar el rumbo, dejar de aferrarnos al dolor sufrido y simplemente virar. Por desgracia, muchas otras veces, todo lo sufrido nos obliga a seguir el camino, a creer que si nos retiramos habremos sufrido en vano. Y lo peor de todo es que eso también es válido. No puedo decir qué es mejor: si retirarse, esperar a que el sol salga, o incluso seguir recorriendo el camino. Si no puedo decirlo, es porque sé que cada quien piensa distinto. Lo que es mejor para unos puede que no lo sea para otros. Pero estoy completamente seguro de que, llegados a este punto, las cosas han mejorado sustancialmente.

Hablamos de una oscuridad que era muy dolorosa pero cómoda. No sabíamos qué iba a pasar, pero era cómodo no saber nada. Sabíamos que las cosas estaban cada vez peor, pero era cómodo no saber más. El problema llega cuando las nubes se van, cuando lo que culpábamos desaparece. Ahora ya no hay a qué o a quién culpar. Por primera vez, nos toca asumir nuestros actos, reconocer el terreno y ver que el daño no fue exactamente por las rocas, los palos o los arbustos… En realidad, fue nuestra obstinación por querer pasar por ese lugar sí o sí. Pero ahora lo vemos, vemos de dónde venimos y a dónde podemos ir.

Si te retiras, es porque tal vez notas que hay un camino menos doloroso. O tal vez estabas atravesando el bosque en vez de ir por el sendero. El poder apreciar lo que hay de frente te da la fuerza y las ganas de luchar contra ese camino áspero. Si te dañas, ya es sabiendo lo que puede pasar, pero aun así hay que superar ese gran reto. Como digo, cada quien puede tomar la decisión que mejor le parezca. Pero la luz ya te está dando la opción de tomar una decisión objetiva, porque ahora eres consciente de la situación. Ahora tienes el control y, aunque duela, la decisión que tomes será consciente de ello.

Si me permites decírtelo: todo ese tiempo, ese dolor, ese desgaste y el dolor de ver habrán valido la pena cuando tomes una decisión basada en la realidad y dejes de engañarte. Cuando aceptes que el camino es horrible, pero ahora tienes el control. ¿Aceptarías ver la realidad?


Si este artículo te fue útil o inspirador, considera apoyarme con una donación o adquiriendo algo en mi tienda web.

También puedes seguir mi contenido en YouTube y suscribirte al boletín para recibir las próximas publicaciones directamente en tu correo.

Gracias por estar aquí.
Pórtate mal, cuídate bien, niégalo todo y finge demencia... Nos leemos hasta la próxima, chao.